Ser camarero es una profesión complicada. Además de realizar las tareas propias del puesto, debe tener una fuerte autoestima y grandes dotes psicológicas para poder lidiar con el cliente. Ya que a pesar de que todos los trabajos cara al público son complicados, el de camarero lo es especialmente, porque en muchos casos no atiende al cliente 5 minutos, sino varías horas durante una comida.
En los diversos foros de camareros que participo, muchas veces leo quejas de camareros sobre este cliente me hizo esto, con este acabe llorando, hay que contestarle así para defendernos,…; estas opiniones me llevan a pensar que muchas veces no entendemos la profesión del todo.
Ser camarero es representar un papel y un papel complicado. Lo primero es entender que todo lo que nos suceda en el puesto de trabajo atendiendo al cliente es parte de la “función”, no es personal. Es decir, cuando nos hablan mal, nos tratan mal o desagradablemente, no es personal, si otro camarero le hubiera atendido también le hubiese pasado igual.
Lo que nos suceda en el puesto de trabajo atendiendo al cliente es parte de la “función”, no es personal.
Nuestro trabajo es atender con una sonrisa, si alguien nos trata mal, tratémosle bien. Muchos se sentirán estúpidos cuando lo hagamos y los que no, ya tienen suficiente siendo como son. por lo que no es nuestro trabajo enfrentarnos, discutir o ponerlos en su sitio. Mejor tratarlos con respeto, educación y cortesía, debemos demostrar que ante todo somos profesionales.
Cierto es, que muchos dirán que no tienen porqué aguantar eso, que se sienten mal. En este caso, les recomendaría seguir la moraleja de este cuento.
“Cerca de Tokio vivía un gran samurái, que se dedicaba a enseñar el budismo y corría la leyenda de que era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Un día, un guerrero, apareció por allí. Conocía la reputación del viejo maestro, se presentó para derrotarle y aumentar su fama.
Fueron todos hasta la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al anciano. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos -ofendiendo incluso a sus ancestros. Durante horas hizo todo lo imposible para provocarle, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
– ¿Cómo ha podido usted soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aún sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?
-Si alguien se acerca a ti con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo? preguntó el samurái.
-A quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.
-Pues lo mismo vale para le envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro- Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.”
Y no olvidéis, como decía un cartel a la salida de la zona de personal a las zonas de clientes en un hotel en un Gran Melía que trabajé: “Sonríe, vas a salir a escena”.